Es c), la Caballería, porque unía en la práctica los valores que promovía el ideal del hombre medieval: búsqueda de una liberación integral de cuerpo y alma para ser entregados devotamente a Dios, y manifestación concreta de estos ideales puestos a prueba en la vida, en el mundo y espacio secular, específicamente en la guerra y luchas santas, o cruzadas. Ese ideal de caballero funde un modo de ser con un modo estético difundidos en las letras, cancioneros, etc. Por ejemplo, El Cantar del mio Cid (Rodrigo Díaz de Vivar), insigne obra anónima española, representa justamente eso: un canto épico-poético que reúne estos ideales y que los manifiesta como expresión estética-literaria, de un lado, y de otro, un actuar en el mundo que encarna esos ideales. El Cid es desterrado injustamente por el Rey, pero en lugar de luchar en su contra sigue sus valores de lealtad manteniéndose como aliado en la lucha santa, de conquista, de cristianización. Aquí se mezcla por cierto realidad y ficción, o sea, principios propios del héroe clásico que goza, en este contexto, de verosimilitud, y hechos de la vida real que dan cuenta de sujetos históricos como la existencia del mismo Díaz de Vivar. La literatura, en este sentido, es el reflejo de un estilo de vida ejemplificador medieval, o, dicho de otra forma: la vida debe ser la que retrata el Cantar. En él se funde una identidad, un modo de ser modelar que es el del hombre medieval. Cervantes, más tarde, en el siglo XVI, recoge esto e intenta reproducir, simbólicamente, lo mismo. Un hecho de facto imposible porque no se ajusta ya a ese contexto paradigmático del medievo. De ahí el carácter paródico de la primera novela moderna. El Quijote es precisamente la versión opuesta --pero más fidedigna u honesta-- del Cid. Deconstruye el modelo de Rodrigo Díaz de Vivar en la de un tal y loco Alonso Quijano, un triste y pobre hidalgo de La Mancha que tanto leer justamente esos libros de caballería, enloquece.