Literatura

A finales del siglo XVIII el hombre europeo, los alemanes en principio y los ingleses en segundo grado, habían sufrido profundos cambios producto del advenimiento del paradigma ilustrado. La Ilustración o iluminismo y la búsqueda de los ideales de la razón a través del neoclasicismo, produjeron un desgaste manifestado principalmente en el descuido de cierta áreas de hombre, la dimensión sensible que intentaba imponerse ante el excesivo racionalismo promovido por los primeros ideales modernos. Esta actitud, esta sensibilidad fue llamada romanticismo, y que después quedó acuñada como un sentimiento amorosos. Pero el romanticismo en verdad fue una reacción y a la vez una nueva propuesta de sentir y de crear. La máxima de este sensibilidad de época era la libertad del espíritu, la actitud rebelde, la búsqueda y la exploración de aquellas partes negadas por el racionalismo europeo. De hecho, sin esta fuerza inspiradora y libertaria no se entienden los procesos emancipatorios de América ante España y Portugal. El Romanticismo, y en parte el neoclasicismo, fueron el motor espiritual que impulsó la liberación y posterior creación e instalación de los nuevos Estado-naciones latinoamericanos. Dicho esto, el romántico ideal se siente en un contexto de industrialización, de materialización y de expansión capital en los que priman el logos que genera un sentimiento en el hombre como un ser desvinculado, extraño, y en su interior mismo fragmentado, es decir, incapaz aún de conciliar las múltiples realidades --sensoriales, sentimentales, afectivas, espirituales-- que lo habitan y que lo hacen un ser integral. Es él mismo una contradicción. Una manifestación de la dialéctica entre razón/espíritu que finalmente lo lleva a asumir esa dualidad como signo fatal o drama por antonomasia del hombre moderno. El romanticismo por excelencia es el alemán y en él Goethe. Fausto será su obra cúlmine en que, a partir de la recreación del Dr. Fausto, simboliza la ambición del hombre moderno al querer superar por medio de la magia o la ciencia, la inmortalidad, esto es: desafiar a Dios (otra clásica recreación es la figura del Frankenstein de Shelley). En él se halla como en todas las obras que recrean el ideal faustico la arrogancia del hombre moderno de retar a Dios a través de la razón moderna. Se manifiesta acá esa lucha interna, esa segmentación propia de todo hombre romántico y artífice de la modernidad que vive entre deseo/frustración, amor/odio, razón/sentido. Por último se suele entender que el sentir romántico rehuye o escapa de la realidad pero no es del todo cierto o lo es sólo en principio. Esto porque lo que rehuye es esa realidad real y concreta objetivada y reducida por la razón cartesiana y luego hegeliana, pero en verdad lo que hace es explorar otros universos interiores del hombre. Es cierto que en el arte musical o pictórico los sujetos parecen habitar otra dimensión (ideal, metafísica, espiritual, enajenada) y con ello justificar cierta evasión o escapismo. Sin embargo no es válido entender el romanticismo como una fuga irresponsable que no se hace cargo de la realidad circundante. La asume pero desde otra lógica que es la lógica de la no-lógica, la irracionalidad propia del sentir, de la inspiración, del amor, del anhelo. Motores, impulsos todos del hombre moderno.